Al Oído - Relatos Eróticos

Cada que visita su pueblo Rogelio va al río...

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Cuando la lencería da el tono y el escenario de una reunión.

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El mensaje de texto era claro: “No puedo evitar alucinar con tu melena que es
fragante marea de tórrida negrura”. Sí, Ernesto era poeta y se le daba fulminar
con las palabras, despiadado, disparando a bocajarro; solo bastó su magia
verbal para que, al llegar a mi casa, me muriera de ganas por ponerme tan
cómoda como la que espera a un viril y hambriento viajero para darle de
comer. Me quité el vestido, me quedé en ropa interior, alboroté mi pelo y fui a
servirme un vaso de ginebra, prendí la tele y subí el volumen en un canal de
películas viejas para sonorizar el idílico encuentro conmigo misma, que estaba
inquieta por estremecerse sobre la cama que en la mañana había dejado sin
tender.

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Cuando nos citábamos en cualquier punto del sur de la ciudad, sonriente me
veía acercarme e inmediatamente después de mirar mi rostro, bajaba sus ojos
hacia mis zapatos, transformando el semblante con esa seriedad que delata la
lujuria.

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Me gusta la cerveza, de todo tipo: claras, oscuras, nacionales, extranjeras, pero cuando probé una en especial, vaya que la deleité como ninguna otra. Sobre todo por la compañía que le dio una importancia excepcional.

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Era evidente nuestra atracción después de habernos conocido en una
aplicación de ligues, y después de algunos meses y varios saludos virtuales,
por fin, nos animamos a conocernos en persona. Luego de una cena elegante,
tragos y una divertida plática aderezada de halagos, nos despedimos, aunque
parezca un poco extraño, con un beso en la mejilla.

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Dispuesta a celebrar mi cumpleaños de otra manera, fui a un lugar tranquilo
pero especial; un sitio en el que, dicen, las impurezas físicas y espirituales se
disipan en un simbólico renacer energético. Así que preparada para el ritual en
un pequeño recinto de mortero, del cual supuraban vapores de hierbas
curativas ahogadas en agua, me adentré en la experiencia.

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Las fantasías no eran su fuerte; Miriam imaginaba que Brad Pitt le hacía el
amor en la playa y Pablo, que Sofía Vergara lo llevaba a una azotea para él
estamparla y penetrarla contra un tinaco.
Todo era sexo moderado y complaciente entre quienes llevan diez años de
casados. El aburrimiento era quizá imperceptible; sin embargo, en charla
amena, se les notaba resignados. Entre tragos en un bar, mis amigos me
narraban su reciente recorrido por Chiapas, tomándose selfies abrazados con
rostros contentos y enamorados.

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En esta ocasión, les contaré la segunda y última parte del relato, luego de que Román vio desde la cocina a una Estela diferente y extremadamente sexual esa madrugada dirigiéndose hacia la recámara. El hombre confirmó que nunca la había notado tan… erótica. Y el vaivén de sus caderas lo hipnotizaban al verla alejarse.

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Israel y yo tomamos el primer taxi que vimos en la pequeña estación de
autobuses de Tepoz para que nos llevara al hotel elegido especialmente por la
piscina bien grande donde poder zambullirnos el verano pasado. Pero antes, al
llegar al cuarto y lanzar sobre la cama las mochilas con lo indispensable para
un fin de semana, nos dejamos caer ahí también.

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Esta vez, les contaré la primera parte de la experiencia de Estela, a quien le
gustan las cerezas con chocolate y le es inevitable comerse una antes de
cerrar la puerta de la alacena tras acomodar los últimos platos que se
utilizaron en el día. Ella guarda los jugosos dulces dentro de un bote de
metal repujado que antes contenía galletas.

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Una experiencia adolescente que se pinta de rojo intenso.

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Deja que la voz despierte tus sentidos con estos relatos eróticos. De calores y de humedades.

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Así fue mi encuentro con Toño, por allá de 2017, pocos días después del terremoto.

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